martes, 7 de junio de 2016

Chagall, divino y humano

A continuación, la reseña sobre la exposición "Chagall, divino y humano", que pudo verse en la Fundación Canal de Isabel II de Madrid, y que acaba de publicarse en El Cuaderno nº 77.



Chagall: divino y humano

Tal vez sea difícil pensar en Marc Chagall sin que acudan a la mente sus grandes pinturas llenas de color; un color ensimismado y envolvente, intensamente expresivo, que sirve de éter a las figuras suspendidas en el lienzo, y de nebuloso horizonte a los pequeños paisajes y detalles que aparecen en el mismo. Sin embargo, Chagall fue también autor de una prolija e interesantísima obra gráfica, poco conocida en España; por lo que esta exposición, formada por cien obras sobre papel que salen por primera vez del Kunstmuseum Pablo Picasso de Münster y que pueden disfrutarse en la Fundación Canal de Isabel II, se presenta como una oportunidad extraordinaria para conocer la faceta del pintor como artista gráfico e ilustrador. Al recorrer un arco cronológico muy extenso, que abarca toda su carrera artística, el foco de atención se ha puesto en la armonía con la que lo sagrado y lo profano conviven en la práctica totalidad de la obra chagaliana, dotándola de una personalidad y un universo tan identificable como sugerente. Si bien es un punto de partida muy válido sobre el que comenzar la exploración de esta muestra, también es cierto que la personalidad del pintor bielorruso es tan rica en referencias mitológicas, culturales y personales, sutilmente imbricadas las unas en las otras, que escapa a cualquier clasificación temática simplista que pretenda hacerse. Una buena manera de descubrirlo es recorriendo esta muestra, tratando de huir de títulos y denominaciones.


Para una mayor operatividad, la exposición se ha dividido en tres grandes bloques: “Divino y humano”, gran cajón de sastre con la agrupación de diversos trabajos del artista, más dos encargos concretos: las ilustraciones de la Biblia, y las de Las almas muertas, novela del escritor Nikolai Gógol muy del gusto de Chagall, que cierra la muestra. En esta primera sección, la más amplia y diversa, puede observarse, a través de una abundante representación, los principales motivos y obsesiones de Chagall que, a modo de hilos temáticos, aparecen, desaparecen y reaparecen conforme avanza su labor gráfica, y que configuran un mundo muy personal y reconocible, en el que la religión –como tantos otros aspectos- juega un papel muy ambivalente. El propio pintor afirmó -se comenta en el texto que ilustra la sección- que no habría sido artista si no hubiera sido judío pero, por otro lado, no se declaraba religioso. Criado en el jasidismo bielorruso, que concibe todos los elementos del mundo imbuidos de presencia divina, Chagall aplica a la perfección esa naturalidad para que lo sagrado y lo profano no sólo estén en permanente conexión en la práctica totalidad de sus litografías y grabados, sino que no pueda entenderse el uno sin el otro.
La atmósfera onírica y las figuras habituales de las pinturas están presentes también aquí, además de que la muestra de varios estados de las litografías en algunas ocasiones permite entender mejor el proceso de gestación del imaginario y la atmósfera pictórica chagaliana. Vemos que existe una absoluta correspondencia entre obra gráfica y pictórica, aunque la libertad e inmediatez concedida por la litografía le permita una mayor experimentación con sus motivos habituales, y la incorporación eventual de manchas de color, que acentúan la expresividad del blanco y negro. Asimismo, esta ausencia de color generalizada, nos permite apreciar mejor la delicadeza y, a la vez decisión, del trazo que conforma las figuras principales de cada composición y el pequeño mundo en el que se mueven o flotan, y en el que los trazos curvilíneos, la sinuosidad y el arabesco son omnipresentes. Así, los roleos vegetales y las formas orgánicas se funden entre sí, y con las figuras, sin saber muchas veces dónde acaba una y comienza otro, como en La rama, Amantes con ramo, o Amantes entre las flores, muestra del recurrente motivo de la pareja y la atracción erótica tan frecuente en Chagall. Este mismo motivo es desarrollado en ocasiones con reminiscencias bíblicas, como en la litografía dedicada a David y Betsabé, en la que puede verse a los amantes fusionados con la vegetación, sin que su referencia concreta implique cambios relevantes en el tratamiento del motivo, ejemplificando la integración entre lo sagrado y lo profano anteriormente mencionada.
Los autorretratos, de los que pueden observarse varios ejemplos, también muestran esta aglutinación de elementos, representada a modo de superposición de imágenes, tal como podrían éstas presentarse en la mente, aunque con una integración mucho menos burda y perfectamente concertada. Un Chagall de edad indefinida y con expresión ambigua en un eterno comienzo de sonrisa, se fusiona con ángeles y pequeños bóvidos, frente al lienzo blanco, o del que brotan figuras como si de una puerta a otras dimensiones se tratase. París, su ciudad de adopción es, a menudo, el escenario de sus divagaciones. Él mismo flota, en grácil arabesco, junto a la Torre Eiffel, elemento principal en muchas de las composiciones, junto a los amantes y al gallo francés, suspendidos sobre las pequeñas casas, o los puentes sobre el Sena, que se pierden en la lejanía. Tampoco faltan las figuras de Cristo y la Virgen, acompañando a la silueta de Notre Dame, e integrados con la misma naturalidad que las alusiones bíblicas de otras de sus composiciones. Litografías como Los amantes de la Torre Eiffel, Place de la Concorde o Muelle de la Tournelle se encuentran, por la perfección de la simbiosis entre formas y tonalidades acuosas que se pierden en un paisaje diluido y ensimismado, entre las litografías más bellas del pintor bielorruso. Este halo de ensimismamiento, engañosamente naïf, se mantiene en las obras dedicadas a otros temas diversos, como el circo o la guerra. En las primeras, Chagall usa con maestría la superposición de planos no necesariamente verosímil, con el fin de lograr la viveza de las demostraciones acrobáticas y la animación del público; en las segundas, predomina el lirismo sobre el acento dramático, aunque las notas de color sean más oscuras que en otros temas. 

Tras esta gran sección miscelánea, en la siguiente sala se nos muestra veinte de las litografías que ilustran la Biblia en el que, como se nos indica, es uno de las mayores referencias de temática religiosa dentro del arte contemporáneo. Chagall aplica su personalísimo imaginario en este marco de la misma manera que en otros de sus ejes temáticos. De hecho, al ser preguntado sobre las claves interpretativas de sus elementos iconográficos, el pintor argumentaba que, “naturalmente, los elementos de la fe judía forman parte integrante de su creación, pero que un artista verdaderamente grande busca lo universal que subyace a toda fe. Por ello acude también a escenas de la tradición cristiana.” El principal foco de estas representaciones se centra en los personajes del Genesis y el Éxodo y, más que la narración de los hechos en sí, Chagall busca el estudio psicológico de patriarcas como Abraham, Noé, Jacob, José o Moisés, eligiendo, por lo general, escenas serenas y enigmáticas, como el envío de la paloma desde el arca para comprobar el fin del Diluvio, la visita de los tres ángeles a Abraham, la escalera de Jacob o la interpretación de los sueños por José. Sin embargo, podemos encontrar también un dramatismo intenso, contenido y sabiamente dosificado, en la representación de pasajes más violentos, como el sacrificio de Isaac, la lucha de Jacob con el ángel, o la peregrinación del pueblo judío por el desierto. La sobriedad compositiva queda construida a través de un manejo experimentado de contraste entre espacios en blancos y manchas de color, así como de la creación de movimiento en sentido ascendente o descendente, de forma que cada escena se llena de una viveza y emoción contenidas y, por ello, más intensas.
La muestra se cierra con otro de los grandes trabajos de Chagall como ilustrador: las litografías para Las almas muertas, de Gógol, ácido retrato en clave de sátira de la sociedad rural rusa. El personal enfoque de la novela atrajo a Chagall, cuya iconografía encaja bien con la voz narrativa que puede encontrarse en el relato. Así, el pintor se detiene en las representaciones pintorescas de los personajes, simplificando la composición de las escenas y adoptando un tono casi caricaturesco, similar al usado en el texto para retratar sus esperpénticas peculiaridades. No obvia Chagall, sin embargo, la interpretación pictórica de algunas de las escenas costumbristas de la novela, con una expresividad que roza lo grotesco, en la línea de la sátira que se proponía Gógol, demostrando así tanto el dominio técnico de la litografía como el amplísimo abanico de posibilidades expresivas que el pintor sabe extraer de la misma, sin renunciar por ello a su personal grafismo.
 






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