miércoles, 21 de febrero de 2018

"La Nuit Américaine" de Romuald Dumas-Jandolo (texto curatorial)



 Texto curatorial para la exposición La Nuit Américaine, de Romuald Dumas-Jandolo, en la Galería 3K Art. La exposición virtual puede verse aquí:

La obra de Romuald Dumas-Jandolo siempre nos deja, tras su efectismo enfundado de pudor y exhibición a partes iguales, un trasfondo de zozobra, de inquietud que se nos queda mirando con aparente inocencia, de freakshow que guarda la incógnita de si no seremos nosotros su principal estrella.
 En La Nuit Américaine Romuald despliega, a través de un conjunto de bronces y piezas cerámicas, fragmentos de cuerpos, formas cuya presencia tridimensional y naturaleza híbrida entre humano y animal, entre cuerpo y carcasa, entre orgánico e inorgánico, acentúan el desconcierto, el sentimiento de lo extraño ante ellas. Existe en nuestra civilización actual una negación voluntaria del cuerpo, un distanciamiento respecto al cuerpo y entre los cuerpos. De ahí que se privilegie la mirada por encima de cualquier otro sentido; de ahí que las esculturas de Romuald nos hagan sentir incómodos. Estas piezas se nos muestran, además, a modo de fragmentos que ponen en entredicho la integridad física y psíquica; la unidad resquebrajada por el caos de la que brotan la inquietud y la angustia. El fragmento grita el vacío de aquello que le falta, incita a investigar, a completar el abanico de posibilidades que ofrece, convirtiendo así al espectador en creador, según José Miguel G. Cortés[1]. La vacilación postmoderna alimenta la exaltación de lo incierto, lo inestable, la duda metódica sobre el valor de lo representado y la contingencia propia.
Ante este rechazo inicial a lo fragmentario se impone la fascinación morbosa y ancestral por conocer nuestro propio interior físico. Las esculturas de Romuald Dumas-Jandolo no dejan de recordarnos aquellos moldes decimonónicos de cera que detallan las anatomías y funcionamientos fisiológicos de cada parte del cuerpo, o bien los exvotos que, a modo de diálogo de lo mundano con lo sobrenatural, eluden siglos y civilizaciones en su materialización de contrato entre mundos. La riqueza de texturas, la intensidad de los colores, el brillo metálico, el oro subyacente, hablan del ansia alquímica por lo que hay más allá. También de los únicos vestigios que permanecen, a través de siglos y estratos, de vidas y épocas pasadas. Todo este magma de sugerencias da lugar, en último término, a una intuición de lo monstruoso que nos aterra por apelar a las oscuras vías de expresión del inconsciente, por cuestionar o invertir los esquemas de categorización que empleamos. Así, el monstruo se nos presenta como espejo de nosotros mismos y aquello que más tememos y, por tanto, reprimimos. De ahí esa ambigüedad entre repulsión y fascinación que nos obliga a salir de nuestra zona de confort para situarnos en el terreno de lo unheimlich o siniestro freudiano, como categoría capaz de desconcertar el individuo al situarlo fuera de los límites de la razón.
 La obra de Romuald perturba porque, como afirma Arthur G. Danto, esta cualidad expresiva comparte la sofisticación conceptual del arte moderno, pero a la vez apunta hacia algo más primitivo, que la reconecta con los impulsos oscuros que lo originan y establece una relación más directa y performativa entre el actor-hacedor y los celebrantes-receptores[2]. Una suerte de mediación chamánica evocadora de las acciones de Joseph Beuys en la que, por primera vez en la trayectoria del artista, el ámbito doméstico se nos muestra desde fuera y no desde dentro, aunque en este caso sea para volarlo por los aires. Los dibujos que acompañan a estas piezas nos sitúan, con sus límites imprecisos, en ese terreno ambiguo que rodea la muerte. La presencia de elementos, como el vapor o la casa, fácilmente asociables a la cultura estadounidense, hacen que el título del proyecto se torne en una suerte de broma macabra. ¿Es la noche americana el oscurecer de la lente que anuncia el final? ¿Transita ese barco, celebración de la industria, llevándose el alma de occidente y dejando únicamente sus vestigios?
Romuald Dumas-Jandolo concibe sus proyectos como escenografía, como expresión de su propia mutación para conseguir, de esta manera, transformar al público. No importa que el encuentro del arte con la realidad sea crudo o abyecto, que destape horrores que preferiríamos seguir ignorando al hacer referencia a la fragilidad de nuestros límites y las convenciones que separan lo interior de lo exterior, el individuo de la sociedad. Lo bello y lo conocido conducen, en este caso, a lo siniestro y lo desconocido. Sin embargo, la relación contractual evocada por los exvotos se hace aquí presente: las piezas de Romuald nos proponen un do ut des, un salto al vacío a cambio de vislumbrar una de aquellas grietas que sólo el arte puede mostrarnos.







[1] G. CORTÉS, J.M.: El cuerpo mutilado: la angustia de la muerte en el arte. Valencia, Generalitat Valenciana, 1996. p. 53.
[2] DANTO, A.G.: “Arte y perturbación”, en CRUZ SÁNCHEZ, P.A. y HERNÁNDEZ-NAVARRO, M.A.: Cartografías del cuerpo. La dimensión corporal del arte contemporáneo. Murcia, CENDEAC, 2004. pp. 77-98.