Chagall:
divino y humano
Tal
vez sea difícil pensar en Marc Chagall sin que acudan a la mente sus grandes
pinturas llenas de color; un color ensimismado y envolvente, intensamente
expresivo, que sirve de éter a las figuras suspendidas en el lienzo, y de
nebuloso horizonte a los pequeños paisajes y detalles que aparecen en el mismo.
Sin embargo, Chagall fue también autor de una prolija e interesantísima obra
gráfica, poco conocida en España; por lo que esta exposición, formada por cien
obras sobre papel que salen por primera vez del Kunstmuseum Pablo Picasso de
Münster y que pueden disfrutarse en la Fundación Canal de Isabel II, se
presenta como una oportunidad extraordinaria para conocer la faceta del pintor
como artista gráfico e ilustrador. Al recorrer un arco cronológico muy extenso,
que abarca toda su carrera artística, el foco de atención se ha puesto en la
armonía con la que lo sagrado y lo profano conviven en la práctica totalidad de
la obra chagaliana, dotándola de una
personalidad y un universo tan identificable como sugerente. Si bien es un
punto de partida muy válido sobre el que comenzar la exploración de esta
muestra, también es cierto que la personalidad del pintor bielorruso es tan
rica en referencias mitológicas, culturales y personales, sutilmente imbricadas
las unas en las otras, que escapa a cualquier clasificación temática simplista
que pretenda hacerse. Una buena manera de descubrirlo es recorriendo esta
muestra, tratando de huir de títulos y denominaciones.
Para
una mayor operatividad, la exposición se ha dividido en tres grandes bloques:
“Divino y humano”, gran cajón de sastre con la agrupación de diversos trabajos
del artista, más dos encargos concretos: las ilustraciones de la Biblia, y las de Las almas muertas, novela del escritor Nikolai Gógol muy del gusto
de Chagall, que cierra la muestra. En esta primera sección, la más amplia y
diversa, puede observarse, a través de una abundante representación, los
principales motivos y obsesiones de Chagall que, a modo de hilos temáticos,
aparecen, desaparecen y reaparecen conforme avanza su labor gráfica, y que
configuran un mundo muy personal y reconocible, en el que la religión –como
tantos otros aspectos- juega un papel muy ambivalente. El propio pintor afirmó -se
comenta en el texto que ilustra la sección- que no habría sido artista si no
hubiera sido judío pero, por otro lado, no se declaraba religioso. Criado en el
jasidismo bielorruso, que concibe todos los elementos del mundo imbuidos de
presencia divina, Chagall aplica a la perfección esa naturalidad para que lo
sagrado y lo profano no sólo estén en permanente conexión en la práctica
totalidad de sus litografías y grabados, sino que no pueda entenderse el uno
sin el otro.
La
atmósfera onírica y las figuras habituales de las pinturas están presentes
también aquí, además de que la muestra de varios estados de las litografías en
algunas ocasiones permite entender mejor el proceso de gestación del imaginario
y la atmósfera pictórica chagaliana.
Vemos que existe una absoluta correspondencia entre obra gráfica y pictórica,
aunque la libertad e inmediatez concedida por la litografía le permita una
mayor experimentación con sus motivos habituales, y la incorporación eventual
de manchas de color, que acentúan la expresividad del blanco y negro. Asimismo,
esta ausencia de color generalizada, nos permite apreciar mejor la delicadeza
y, a la vez decisión, del trazo que conforma las figuras principales de cada
composición y el pequeño mundo en el que se mueven o flotan, y en el que los
trazos curvilíneos, la sinuosidad y el arabesco son omnipresentes. Así, los
roleos vegetales y las formas orgánicas se funden entre sí, y con las figuras,
sin saber muchas veces dónde acaba una y comienza otro, como en La rama, Amantes con ramo, o Amantes
entre las flores, muestra del recurrente motivo de la pareja y la atracción
erótica tan frecuente en Chagall. Este mismo motivo es desarrollado en
ocasiones con reminiscencias bíblicas, como en la litografía dedicada a David y
Betsabé, en la que puede verse a los amantes fusionados con la vegetación, sin
que su referencia concreta implique cambios relevantes en el tratamiento del
motivo, ejemplificando la integración entre lo sagrado y lo profano
anteriormente mencionada.
Los
autorretratos, de los que pueden observarse varios ejemplos, también muestran
esta aglutinación de elementos, representada a modo de superposición de
imágenes, tal como podrían éstas presentarse en la mente, aunque con una
integración mucho menos burda y perfectamente concertada. Un Chagall de edad
indefinida y con expresión ambigua en un eterno comienzo de sonrisa, se fusiona
con ángeles y pequeños bóvidos, frente al lienzo blanco, o del que brotan
figuras como si de una puerta a otras dimensiones se tratase. París, su ciudad
de adopción es, a menudo, el escenario de sus divagaciones. Él mismo flota, en
grácil arabesco, junto a la Torre Eiffel, elemento principal en muchas de las
composiciones, junto a los amantes y al gallo francés, suspendidos sobre las
pequeñas casas, o los puentes sobre el Sena, que se pierden en la lejanía. Tampoco
faltan las figuras de Cristo y la Virgen, acompañando a la silueta de Notre
Dame, e integrados con la misma naturalidad que las alusiones bíblicas de otras
de sus composiciones. Litografías como Los
amantes de la Torre Eiffel, Place de la Concorde o Muelle de la Tournelle se encuentran, por la perfección de la
simbiosis entre formas y tonalidades acuosas que se pierden en un paisaje
diluido y ensimismado, entre las litografías más bellas del pintor bielorruso. Este
halo de ensimismamiento, engañosamente naïf, se mantiene en las obras dedicadas
a otros temas diversos, como el circo o la guerra. En las primeras, Chagall usa
con maestría la superposición de planos no necesariamente verosímil, con el fin
de lograr la viveza de las demostraciones acrobáticas y la animación del
público; en las segundas, predomina el lirismo sobre el acento dramático,
aunque las notas de color sean más oscuras que en otros temas.
Tras
esta gran sección miscelánea, en la siguiente sala se nos muestra veinte de las
litografías que ilustran la Biblia en el que, como se nos indica, es uno de las
mayores referencias de temática religiosa dentro del arte contemporáneo.
Chagall aplica su personalísimo imaginario en este marco de la misma manera que
en otros de sus ejes temáticos. De hecho, al ser preguntado sobre las claves
interpretativas de sus elementos iconográficos, el pintor argumentaba que,
“naturalmente, los elementos de la fe judía forman parte integrante de su
creación, pero que un artista verdaderamente grande busca lo universal que
subyace a toda fe. Por ello acude también a escenas de la tradición cristiana.”
El principal foco de estas representaciones se centra en los personajes del
Genesis y el Éxodo y, más que la narración de los hechos en sí, Chagall busca
el estudio psicológico de patriarcas como Abraham, Noé, Jacob, José o Moisés,
eligiendo, por lo general, escenas serenas y enigmáticas, como el envío de la
paloma desde el arca para comprobar el fin del Diluvio, la visita de los tres
ángeles a Abraham, la escalera de Jacob o la interpretación de los sueños por
José. Sin embargo, podemos encontrar también un dramatismo intenso, contenido y
sabiamente dosificado, en la representación de pasajes más violentos, como el
sacrificio de Isaac, la lucha de Jacob con el ángel, o la peregrinación del
pueblo judío por el desierto. La sobriedad compositiva queda construida a
través de un manejo experimentado de contraste entre espacios en blancos y
manchas de color, así como de la creación de movimiento en sentido ascendente o
descendente, de forma que cada escena se llena de una viveza y emoción
contenidas y, por ello, más intensas.
La
muestra se cierra con otro de los grandes trabajos de Chagall como ilustrador:
las litografías para Las almas muertas,
de Gógol, ácido retrato en clave de sátira de la sociedad rural rusa. El
personal enfoque de la novela atrajo a Chagall, cuya iconografía encaja bien
con la voz narrativa que puede encontrarse en el relato. Así, el pintor se
detiene en las representaciones pintorescas de los personajes, simplificando la
composición de las escenas y adoptando un tono casi caricaturesco, similar al
usado en el texto para retratar sus esperpénticas peculiaridades. No obvia
Chagall, sin embargo, la interpretación pictórica de algunas de las escenas
costumbristas de la novela, con una expresividad que roza lo grotesco, en la
línea de la sátira que se proponía Gógol, demostrando así tanto el dominio
técnico de la litografía como el amplísimo abanico de posibilidades expresivas
que el pintor sabe extraer de la misma, sin renunciar por ello a su personal
grafismo.
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