A continuación, el texto que escribí para la exposición de J.F. de Mera y Pelayo "Objeto de deseo", que puede verse en el espacio La Quinta del Sordo del 1 al 15 de julio:
Ver o, más bien, no
ver; mostrar y, ante todo, ocultar; buscar la mirada ajena mientras la propia
se recrea y, sobre todo, sugerir, imaginar, completar el sentido. Esto es lo
que nos proponen los artistas J.F. de Mera y Pelayo con sus “objetos de deseo”,
y con unas intenciones que no podían ser más evidentes. Como bien afirmaba Bataille, buena parte del
código del sexo y el erotismo se sustenta en la premisa de la prohibición.
Prohibición establecida, según él mismo, porque la sexualidad y la muerte, con
su violencia inherente, atentan contra la mesura y contención del mundo
civilizado. Hay además en el deseo, al igual que en el acto erótico, una
necesidad irrefrenable de repetir, de aspirar siempre a más, de una búsqueda de
lo inconmensurable que les lleva a transitar continuamente el límite entre la
vida y la muerte. Sin embargo, y a pesar de este nivel de abstracción tan
profundo, son elementos y percepciones muy concretos los que excitan nuestro
deseo, los que nos sitúan en un tiempo y un lugar muy determinados y sostienen
las coordenadas de la seducción, el coqueteo y la zozobra propios del anhelo
erótico.
El objeto de deseo nos
confunde, además, con una paradoja: si son sus elementos distintivos los que
nos atraen, si constituye en sí mismo la celebración de la diferencia con el
otro, persigue por otro lado la fusión y la anulación de toda diferencia, de
todo límite, entre el deseante y el deseado. Esta naturaleza ambigua,
inevitablemente escurridiza y cuya esencia última nunca podemos llegar a
alcanzar nos sonríe burlona desde el trasfondo de cada una de las obras que
forman parte de esta exposición.
Esta continua
oscilación entre lo que parece y lo que es, entre lo que se oculta y lo que se
muestra, juega también con la estética y la animalidad, en el sentido de que es
la belleza lo que atrae, pero el descubrimiento y estímulo de nuestra faceta animal
el último fin del deseo. Así, el erotismo construye en torno a lo animal una
visión hecha de sugerencias perceptivas, sociales y culturales y, a la vez, nos
recuerda que lo animal permanece agazapado, esperando el momento de asaltarnos
y hacer que nos olvidemos de nosotros mismos, transformándonos en puro
inconsciente.
Es el cuerpo, como no
podía ser de otra manera, el campo de batalla en juego; en especial el cuerpo
de la mujer, convertido en constante de temor y deseo en un contexto histórico
y artístico escrito desde un punto de vista casi exclusivamente masculino. Así,
el cuerpo femenino, como J.F. de Mera
explora en sus pinturas, se torna fuente infinita de sugerencia. Se trata de un
cuerpo insinuado, nunca al completo, en el que el artista nos ofrece, a través
de puntos de vista cuidadosamente calculados, un abanico de nuevas sugerencias
latentes tras el encuadre, y que serían difíciles de reproducir en el caso de
contemplar el cuerpo en su totalidad. Estos fragmentos son siempre sinuosos; la
vista no puede recorrerlos de otra manera que acariciando cada curva, y la
depuración estética de su contorno y de un mínimo de elementos que aportan una
atmósfera de sofisticación y elegancia, no hacen sino acentuar la oscuridad que
acecha tras este despliegue perceptivo.
Por su parte, Pelayo
parte de un sustrato estético que arraiga en la cultura Pop y las revistas Pulp, mostrándonos una serie de escenas
en las que los cuerpos hiperdotados se tornan un crisol irónico de nuestra
aspiración al deseo, la belleza y la juventud eternas. Hay una narrativa
implícita en cada una de estas escenas, en los juegos de miradas de los
personajes, en la velada expresión de peligro perceptible en estas femmes –y hommes- fatales, de estas Vamp Ladies en el sentido literal que,
envueltos en un aura de glamour hollywoodiense,
nunca nos miran de frente. En muchas de ellas interviene, además, un poderoso
elemento voyeur, que nos hace
partícipes de las perversiones sugeridas, siendo el espectador quien completa
en su mente la escena que está contemplando, y se rinde al aciago destino que
espera a todos aquellos que se han dejado fascinar por estos personajes tan
ambiguos y sugerentes como despiadados con sus “víctimas”. Y, sin embargo,
estamos dispuestos a caer en su fascinación. Porque a pesar de saberlo, a pesar
de ser conscientes de que el camino de la seducción y el deseo siempre está
plagado de trampas, no podemos –ni queremos- resistir a la tentación.
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