Artículo publicado en El Cuaderno Digital
La obra de Adriana M. Berges (Madrid, 1992) remite a un
recorrido urbano por su ciudad natal bajo tierra y entre paisajes de una
quietud solamente aparente. Su nuevo trabajo supone la constatación de
que el transporte público es su segunda casa y las vías del tren la
acompañan diariamente como parte ya de sí misma.
Podríamos decir que el tránsito es el eje conceptal en torno al cual se mueve la joven artista Adriana M. Berges en el proyecto titulado Del Lienzo a la Escritura. Expuesta el año pasado en el espacio creativo madrileño la Quinta del Sordo,
es el tránsito el motivo del lienzo que se nos presenta como principio y
final del recorrido, pero también, y sobre todo, como la motivación que
da forma a la serie, puesto que el principal objetivo de Adriana, y
aquí reside la singularidad y uno de los mayores aciertos de su
planteamiento, consiste en mostrar no tanto el fin como los medios. No
el resultado obtenido en el lienzo, sino todo el proceso que le ha
conducido a la estación Atocha-Renfe que da nombre al cuadro
definitivo. Como bien afirmaba Laura Jiménez Izquierdo en el texto
curatorial de aquella exposición, «el tránsito es paso, es movimiento,
es camino. Pero también es un cambio, un proceso, una evolución, una
idea. Y todo ello hacia un destino, un objetivo, un término».
En muchas ocasiones, y especialmente en el arte contemporáneo, sin
importar el lenguaje estilístico o los principios desde los que se
plantea, el proceso creativo resulta de un interés equiparable a los
resultados, y nos sirve muchas veces para comprender posturas o voces
pictóricas que, percibidas únicamente en sus resultados, pueden resultar
herméticamente abruptas al espectador sin conocimientos específicos.
Adriana M. Berges ha sabido captar la importancia de estos materiales,
tan difíciles de encontrar expuestos en colecciones permanentes y
proyectos temporales, y los ha hecho elemento fundamental dentro de los
planteamientos sobre los que sustenta su exposición.
No es la primera vez que la artista dedica su pintura a escenarios
tan urbanos y cotidianos como son las estaciones de tren y los andenes
de metro, que muestra siempre vacíos, desprovistos de viajeros,
transmitiendo de forma lírica y contundente el concepto de ‘no lugar’,
que enunciara Marc Augé
para referirse a los espacios que todos transitamos en nuestra vida
cotidiana, desprovistos de identidad o significado más allá del continuo
paso, de la des-habitación. En ellos somos un abono-transporte, un
DNI o una tarjeta de crédito. El no habitarlos hace a nuestros
encuentros en ellos casuales y efímeros, pero también aquí podemos
experimentar, en medio de un eje de coordenadas en continuo cambio
gracias a nosotros y al resto de habitantes, la dimensión de la
posibilidad infinita. Adriana se siente cómoda en estos espacios, en los
que tanto tiempo pasamos a lo largo de nuestra vida, y es por ello por
lo que parte de un elemento tan familiar y presente en la memoria
colectiva, como motivo de su investigación pictórica, en la que no
importa, según ella, lo representado, sino el proceso de aprendizaje. La
pintura entendida como iniciación y metodología aplicable al resto de
ámbitos de la vida cotidiana.
Por ello, y con motivo de la realización de su trabajo final para el
Máster en Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual que cursó en
el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía,
la artista se planteó la elaboración de este proyecto del mismo modo
que se enfrentaba a un lienzo en blanco, acumulando bocetos, textos y
reflexiones ordenados posteriormente para dar sentido al lienzo final,
como generador y a su vez destino de este recorrido circular. De esta
manera, podemos encontrar en la serie de estudios de dibujo y de color
fotografías con los diversos estados del cuadro, así como estudios de
aproximación, que parten de considerar la composición que podemos
observar en el lienzo como un todo hecho de fragmentos y no una
superficie uniforme, pudiendo trabajarse cada uno de ellos por separado
para dar lugar al conjunto final. Como afirma la propia autora, su modo
de trabajo consistió en focalizar su atención en la parte central del
cuadro, para tomarla como referencia en el nivel de elaboración a la
hora de abordar la superficie restante. El resultado, que se enmarca en
la línea figurativa de descubrimiento y re-descubrimiento de lo
cotidiano, al estilo de la escuela realista madrileña, nos muestra un
paisaje nublado, con una dosificación lírica y sutil de la luminosidad,
hacia cuyo fondo convergen las líneas de las vías de tren como origen y
final de una «continua superación y un continuo reto», palabras con las
que Adriana define su manera de entender la pintura. El proceso de
depuración al que somete este escenario nos conduce prácticamente al
habitar puro, a la esencia del espacio sin tiempo, cuerpo, cotidianeidad
ni instante. Sin ningún accidente temporal ni ese infinito juego diario
de las coincidencias de cuerpos en un mismo espacio, ya que, al fin y
al cabo, la mayor parte de viajes se realizan en solitario.
Ante el horizonte de expectativas que se abre con la conclusión de
este proyecto, la artista afirma que todavía le queda mucho por explorar
en esa imagen. Frente al continuo bombardeo cotidiano visual del que
somos objeto, Adriana reivindica la necesidad de la espera, la
contemplación y el dedicar tiempo al proceso, huyendo de esa «estética a
golpe de like» enunciada por su profesor y reconocido crítico Fernando Castro Flórez y de la cultura de la inmediatez en la que nos hallamos inmersos.
Fuente de las fotografías: Proyecto Duas
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